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Me gusta comparar la poesía visual y más concretamente el poema objeto con una reacción química pues en ella los compuestos no se suman ni se mezclan sino que se combinan, dando con ello lugar a sustancias nuevas con propiedades físicas y químicas diferentes. Los objetos se comportan de manera análoga ya que cuando los asociamos no se mezclan sino que se combinan dando lugar a significaciones nuevas, diferentes de la función para la que fueron creados.
Por esto me considero un creador "de la sospecha" pues al igual que Nietzsche, Marx y Freud, intuyo que las cosas no son lo que parecen; penetro en el objeto o en la palabra objetualizada buscando bajo su apariencia o su función sus posibilidades de sentido o sus potencialidades metafóricas.
Participa mi obra de similitudes con el leguaje publicitario, pero lo trasciende; al tener el objeto como elemento de creación, se acerca al mundo del diseño pero no se enreda como él en la eterna disquisición sobre la preeminencia de la función o de la forma sino que toma decididamente partido por la evocación y el concepto.
Pretendo una reacción contra ese lenguaje gastado que en el decir de Barthes no refleja sino que tapa la realidad -la imagen del poema objeto vendría a destapar lo que el lenguaje tapa-.
Soy para con ese lenguaje tópico y gastado, jacobino y logoclasta, y si la palabra, el verbo, era Dios, como dice el evangelio de Juan, entonces también tengo vocación deicida contra esas palabras que tanto pesan.
El objeto era lo que era antes de ser sustituido por la palabra, ahora quizás estemos en el límite de la realidad tal cual es. Tal vez en éste territorio de frontera necesitemos combinar la percepción que tienen los autistas, exactos, incapaces del fingimiento o la mentira, y por tanto de la metáfora, con el universo de imágenes en el que el disléxico, pensador en imágenes, habita con comodidad.
Einstein y Bohr, conceden a la imagen un papel muy superior al de la palabra escrita o al lenguaje oral a la hora de elaborar sus pensamientos y en el mismo sentido se pronunciaba Aristóteles.
Todos nos movíamos en un universo de imágenes hasta que con la lectoescritura lo abandonamos para conseguir una potente herramienta que nos dotaría de los elementos para comprender y transformar el mundo. Del mundo de los objetos y las imágenes ya fuimos expulsados al madurar, al abandonar la infancia. Desde entonces laten pulsiones en nosotros por regresar a esa patria común que todos tuvimos en la que los objetos, suspendidos de su función, no eran lo que eran sino que los investíamos de la función que en cada momento se nos antojaba. Éramos precoces antropólogos porque para nosotros las cosas no eran lo que eran sino lo que significaban.
Ahora somos recriadores, de objetos que ya habían sido desechados de la función para la que fueron creados ahora los dotamos de una segunda vida como discurso visual.
Todos nos movíamos en un universo de imágenes hasta que con la lectoescritura lo abandonamos para conseguir una potente herramienta que nos dotaría de los elementos para comprender y transformar el mundo. Del mundo de los objetos y las imágenes ya fuimos expulsados al madurar, al abandonar la infancia. Desde entonces laten pulsiones en nosotros por regresar a esa patria común que todos tuvimos en la que los objetos, suspendidos de su función, no eran lo que eran sino que los investíamos de la función que en cada momento se nos antojaba. Éramos precoces antropólogos porque para nosotros las cosas no eran lo que eran sino lo que significaban.
Ahora somos recriadores, de objetos que ya habían sido desechados de la función para la que fueron creados ahora los dotamos de una segunda vida como discurso visual.
Juan Rosco
(Del catálogo 2008, Odisea en el tiempo)
(Del catálogo 2008, Odisea en el tiempo)